Algunos símbolos de la Expo aún esperan ser
reivindicados, mientras que otros se vendieron al mejor postor o, en el
peor de los casos, se les ha perdido la pista. Se dijo que se haría un
museo con todos ellos, pero no ha fructificado.
La cabeza de serpiente del Circo del Sol
Los pingüinos del Iceberg
Suelen protagonizar algunas muestras puntuales nostálgicas de la
Expo. Del espectáculo Iceberg se rescató el ojo y la pestaña del
gigantesco rostro que giraba en el escenario. También se salvó el camión
que salía por la boca y tres pingüinos de los que se lanzaban al Ebro.
Alguno de ellos se ha dejado ver en el Acuario, en las oficinas de
Turismo o en el Instituto de Tecnología. Al menos tres de estos
pingüinos se guardan en un almacén propiedad de Expo Empresarial, si
bien también los hay en casas particulares porque los zaragozanos los
pescaban al caer al río.
El brillo de las teselas africanas
Supuestamente servirían para decorar la fachada del centro de arte y
tecnología de la Milla Digital. Pero no. El pillaje pudo con esta
estructura y cuentan que la noche de la clausura de la Expo muchos
trabajadores arrancaron y arramblaron con las teselas leds «como si
fueran trocitos del muro de Berlín». La tecnología y a la iluminación de
última generación hacía que se crearan paisajes cambiantes de la sabana
africana y, como curiosidad, cabe citar que la ficha más sustraída (y
más repuesta) durante la Expo fue la numerada como K2, que dibujaba unas
montañitas.
La gran escultura de bidones
Decenas de bidones y garrafas colgaban de lo alto del Faro
conformando una singular escultura que –se dijo– se reciclaría en otro
espacio público. De momento, algunas de las botellas se conservan en el
interior de uno de los cacahuetes, el denominado edificio Ebro 5, donde
se encuentra el mayor almacén (que aún requiere de una exploración a
fondo) de objetos la Expo. Allí están algunas garrafas del Faro pero
parece que el ramo gigante de botellas (que colgaban a una altura de 22
metros y simbolizaban la necesidad de agua potable) se deshizo tras
concluir la muestra.
Las frutas hinchables del pabellón de Aragón
Uno de los secretos mejor guardado es el paradero de las frutas y
hortalizas que iluminaban enhiestas el cielo de Ranillas. Es un secreto
o un misterio, porque su ubicación es tan incógnita como incierta.
Algunas fuentes apuntan a que permanecen en un almacén de la DGA en el
polígono de Cogullada y otras a que pueden estar embaladas en el
depósito de cachivaches de la Expo que existe en edificio Ebro 5. Eso
sí, los hinchables exigían que se plegaran con mucho tino para preservar
sus estructuras. Las 17 piezas hiperbólicas (cebollas de Fuentes,
melocotón de Calanda, cerezas de Bolea...) eran obra de Quim Güixá y no
se han vuelto a ver desde 2008.
Los coloridos topos del parasol
Los topos azules y amarillos de la que fuera pérgola textil que
cubría la entrada de la avenida de Ranillas iban a ir a la basura. La
asociación del Legado Expo los recogió y los regaló a los interesados a
través de su página web. El Ayuntamiento decidió a finales de 2012
cambiar el inmenso parasol y sustituirlo por una nueva pérgola, con otra
estética y concepto. Con diseño de Isidro Ferrer, se trata de lonas de
tela inspiradas en una cubierta de cañizo con el nombre de los países
que participaron en la Expo.
El maquetón zaragozano
La magna maqueta con toda la ciudad al detalle que se podía ver en el
pabelló de Zaragoza (¡y que costó un millón de euros!) luce en el ‘hall
‘ del Ayuntamiento. Todas las piezas estuvieron dos años y medio
desmontadas y guardadas en un depósito municipal. No era fácil buscarle
una nueva ubicación porque la maqueta tiene 15 metros de largo por 6,7
de ancho. Lo mejor es que se ilumina en diferentes colores destacando
los atractivos y edificios importantes de la ciudad.
Collares, pines y quincallas varias
Llaveros, pines, carpetas, mochilas, fundas de móvil, e incluso
galletas y café fueron algunos de los artículos que se vendieron dos
semanas después del cierre en un mercadillo de objetos procedentes de
los diversos pabellones. Se celebró a los pies de la Torre del Agua y
causó gran expectación entre los trabajadores del recinto y los
cazadores de recuerdos. Piezas parecidas reaparecen después en casetas
‘regionales’ de las fiestas y ferias como las de Navidad o las Tres
Culturas.
Los cientos de banderas
Las banderas de los 106 países y 19 comunidades autónomas
participantes se subastaron. Hubo cuatro juegos de banderas que se
cambiaban cada 20 días (de noche con grúas) porque el cierzo las
estropeaba. También hubo dos enseñas gigantísimas, una del BIE (Oficina
Internacional de Exposiciones) y otra de España, que tenían 25 metros
cuadrados cada una y que se colocaban en las grandes citas en el palacio
de Congresos. Por difícil que parezca dada su enormidad (como un
minipiso de los que se promocionaban entonces) se les ha perdido la
pista.
Las obras de arte de los creadores de la tierra
En la cuarta planta del pabellón de Aragón podían verse el Bronce de
Botorrita, la Virgen de Iguacel o, por citar un ejemplo más
contemporáneo, un óleo con el que Antonio Saura. Todas estas piezas
volvieron a sus propietarios tras la muestra, ya que eran préstamos
temporales. Las obras de vanguardia que se escondían en los pilares de
la primera planta eran propiedad de los artistas y el Gobierno de
Aragón, al concluir la Expo, no las adquirió. Entre otras, se exhibían
creaciones de Javier Codesal, Bernardí Roig y Baltazar Torres. También
la instalación ‘Sueños azules’, del artista Ricardo Calero, de la que
fueron sustraídas más de cien ‘lágrimas’ de cristal.
Las cestas de la telecabina
La telecabina de la Expo debía sobrevivir a la cita internacional y
funcionar durante 25 años como recurso turístico de Zaragoza, pero dejó
de girar hace más de ocho años por sus elevadas pérdidas. En mayo de
2015 comenzaron a desmontarse las cestas (los postes siguen) con la
intención de preservarlas hasta su traslado a alguna estación de esquí.
Los propietarios de esta infraestructura, Aramon, y la empresa que la
fabricó, Leitner, buscan un complejo invernal que se interese por el
telecabina. Tras la Expo se esperaban unos 190 000 viajes anuales pero
apenas se alcanzaban los 35 000.
El Greco de la Santa Sede
‘El bautismo de Cristo’, el último cuadro que pintó el Greco antes de
morir, se exhibió durante tres meses en el pabellón de la Santa Sede.
Cedido por la fundación Casa Ducal de Medinaceli, a la que pertenece la
obra fechada entre 1612 y 1622, fue tratado entre algodones y
constantemente custodiado. Tras la Expo, con una escolta de seguridad,
volvió por carretera hasta el lugar donde se expone habitualmente: la
iglesia hospital de Tavera, un municipio de la provincia de Toledo. En
Ranillas este cuadro y otras obras atrajaeron a 453 168 visitantes.
Una maqueta para El Faro
No es tan pequeña (está a escala 1:40) y se eleva sobre una base de
piedras que quieren simbolizar a todas las organizaciones que trabajaron
en ese espacio. El escultor Fernando Nácher (con experiencia como
docente en el taller de cerámica de Muel) completó la maqueta del
emblemático pabellón el Faro, que fue el punto de encuentro del comercio
justo y las oenegés en la Expo. El edificio con forma de cántaro o
botijo de barro fue obra del arquitecto Ricardo Higueras y se destruyó
tras la muestra.
La plaza temática Sed se reinventa en Valladolid
No deja de asombrar que el mejor paradigma de la buena gestión de la
post-Expo se encuentre... ¡en Valladolid! Zaragoza decidió malvender el
pabellón Sed, que se ha transformado en la ‘Cúpula del Milenio y se ha
convertido en icono pucelano. Por apenas 12 000 euros y aduciendo que en
el frente fluvial no se podía mantener por las crecidas del río, se
perdió una plaza temática, al tiempo que sus gemelas, Agua Extrema o El
Faro, sucumbían bajo la piqueta. Con alguna reformita, a orillas del
Pisuerga luce como nueva.
El sino de los regalos oficiales
Zaragoza fue la sede pero España era el país organizador de la Expo,
por lo que los regalos oficiales se llevaron todos a Moncloa. Los países
africanos acostumbraban a regalar figuritas de animales; los europeos,
cuadros y libros; los americanos, artesanías y telares; mientras que los
árabes obsquiaban objetos de marfil o con dorados, eso sí, de menos de
125 dólares, porque tal era la norma. El libro de honor con todas las
dedicatorias traducidas también está en Madrid.
Otros sueños que se frustraron
Cuando la gran verbena de Ranillas tocaba a su fin (el 14 de
septiembre), hubo no pocas voces ciudadanas que pedían que se prolongara
hasta el Pilar. Aquello fue imposible como fue también celebrar en 2014
ExpoFloralia en Las Fuentes (ExpoNabo para los amigos) que proclamaba
Belloch a los cuatro vientos para arreglar la orla este. Mucho más cerca
estuvo la capitalidad cultural europea del 2016, aunque finalmente fue
San Sebastián la que se llevó el gato al agua.
Fuentes: Heraldo.es y archivo fotográfico de Heraldo.