martes, 27 de octubre de 2020

"Toque de queda"

Mucho se está hablando en los últimos días de la conveniencia o no conveniencia de aplicar medidas en algunos lugares en las que restringir la libre circulación de los ciudadanos a determinadas horas de la noche, con el fin de frenar los encuentros entre grupos de personas y evitar la rápida expansión del Sars-CoV2 en la llamada "segunda ola de la pandemia". Segunda o tercera o no sé cuál. Yo ya he perdido la cuenta.

 

Esas medidas restrictivas se están denominando como "toque de queda" y originalmente tenían una estrecha relación con prohibiciones o restricciones que se aplicaban en tiempos de guerra o bajo algún tipo de dictadura, además de por motivos de seguridad nacional debido a algún tipo de conflicto cívico-militar o sanitario, tal y como sucede en la situación actual.

La fórmula "toque de queda" proviene del mundo militar y etimológicamente hace referencia al aviso (toque) que se realizaba a la población para indicar cada día que comenzaba el periodo de prohibición de salir a la calle o restricciones de movimiento ciudadano. El término "toque" hace referencia al hecho de tocar una campana (como originalmente se anunciaba), aunque con el tiempo ese aviso se realizaba también con algún instrumento como un tambor o una corneta y, en tiempos más recientes, haciendo sonar una sirena. El vocablo "queda" proviene del latín ‘quiētus’, cuyo significado era ‘quietud’, ‘calma’, ‘silencio’ y hacía referencia al momento de serenidad y reposo que hay por las noches.

Curiosamente, al "toque de queda" se le denomina con otros términos en otros idiomas, encontrándonos que en inglés se dice ‘curfew’, siendo éste una variación del francés ‘couvre-feu’, cuyo significado literal era ‘cubrir el fuego’ y que provenía de la obligación impuesta en la Edad Media, de apagar todas las chimeneas, velas y candelabros a determinada hora de la noche y así evitar incendios nocturnos fortuitos en una época en la que prácticamente todas las viviendas estaban construidas de madera. Los italianos también hicieron su propia adaptación utilizando el término ‘coprifuoco’.

Para saber en qué momento del día se terminaba el toque de queda y, por tanto, ya se podía circular con libertad, se realizaba el conocido como ‘toque de diana’, denominado así porque era el aviso que se hacía al amanecer.

 

domingo, 11 de octubre de 2020

Esta NO es la primera vez que no hay Fiestas del Pilar

En 1918, otra epidemia, en aquella ocasión de gripe, la mal llamada "gripe española", también obligó a suspender los festejos zaragozanos.

Cuesta aceptarlo, pero no. Mañana, 12 de octubre de 2020, no habrá Ofrenda de Flores a la Virgen del Pilar, columna de Zaragoza, de todo Aragón –dicen que, como todo ahora, habrá una ofrenda virtual–. Ni Ofrenda, ni pregón, ni Rosario de Cristal, ni cabezudos, ni grandes conciertos populares... hasta el bullicio de miles de peñistas –pilar de las fiestas– será silenciado por la pandemia del Sars-CoV2, que no da tregua ni a la devoción ni al sentir de todo un pueblo. Sencilla y lamentablemente, este año las fiestas –las "no fiestas", que, seguramente, renombraremos en las redes sociales como "los pilares del coronavirus"– han sido suspendidas para evitar las grandes aglomeraciones, propagadoras, aliadas fieles y devotas del coronavirus.

Pero esta no es la primera vez que los zaragozanos hacen frente a una situación similar: hasta que alcanza la memoria y las crónicas, es la segunda. Hace poco más de un siglo, en 1918, con una guerra mundial que daba sus últimos coletazos, la pandemia provocada por la mal llamada "gripe española" –que diezmó el planeta causando más de 50 millones de muertos (300 000 en España y unas 1000 en Zaragoza)– obligó al consistorio zaragozano, a instancias del Gobierno Civil, a suspender las Fiestas del Pilar. Primero, se pensó en retrasarlas al 20 de octubre; después, a noviembre; y, finalmente, a mayo de 1919, que fue cuando se "celebraron", coincidiendo con las peregrinaciones de entonces y la conmemoración de la reconquista de Zaragoza por Alfonso I el Batallador. Pero ya no fue lo mismo. Nada fue igual.

Y nada, ni la fiera "gripe española", que se detectó en Madrid en la segunda quincena de mayo de 1918, a la par que las Fiestas de San Isidro, ni nadie, hacían presagiar que aquel año no se celebrarían las Fiestas del Pilar en Zaragoza.

Sin ir más lejos, el 7 de mayo, la Comisión de Festejos del Ayuntamiento de Zaragoza, que se había reunido para cambiar impresiones y preparar con tiempo las Fiestas del Pilar, acogía con agrado la idea sugerida por HERALDO DE ARAGÓN de celebrar durante las fiestas un "Homenaje de la vejez". A los pocos días, el empresario zaragozano Nicolás Escoriaza proponía organizar, en la Lonja de Zaragoza, una gran Exposición de Bellas Artes Hispano-Francesa, que, a su entender, “sería uno de los números más brillantes del programa de festejos, ya que el acontecimiento atraería a nuestra ciudad gran número de expositores y amantes de las Bellas Artes”. Incluso el alcalde de Valencia, Faustino Valentín, invitado por el concejal zaragozano Sánchez Mazariegos, había prometido –vía telegrama– asistir a las fiestas. La Casa de Ganaderos preparaba un gran concurso; se pensaba en una gran batalla de flores para inaugurar la pavimentación del Coso…

Un programa de festejos completo

Las noticias sobre la evolución de la epidemia llegan desde la capital de España: “No decrece en Madrid esta epidemia, que ha atacado ya a casi la mitad del vecindario”, publica HERALDO el 27 de mayo, en su sección "Por teléfono y telégrafo"; el propio rey Alfonso XIII y varios ministros se encuentran aquejados. Mientras, en Zaragoza , “aumentan las invasiones”. “Unos antes, otros después serán pocos los que dejen de sentir los efectos del famoso ‘soldado de Nápoles’, como dicen por Madrid, o de la “película gripal”, como la denomina el doctor Royo Villanova”, publicaba este diario, en su edición del 2 de junio. Pero, aunque los casos se multiplican, la "enfermedad de moda" o "del día" –como también se la conoce– no merma los ánimos festivos. Ni de lejos. De hecho, en el mes de agosto, en lo referente a los festejos pilarísticos, preocupaba más la falta de financiación para cubrir los gastos. “Las dificultades que se presentan este año son muchísimas, debido a que la suscripción pública no responde...”, podía leerse en HERALDO, el día 8 del citado mes, que los posibles efectos de la pandemia en los mismos. Así las cosas, lejos de amilanarse, los miembros de la Comisión de Festejos –en nota oficiosa– avanzaban el programa de Fiestas del Pilar de 1918: “Cinco grandes corridas con los mejores elementos, en cuanto a toreros y ganado se refiere” –estaban anunciadas máximas figuras como Joselito y Rafael, el Gallo, que se despedía de los ruedos en el Coso de La Misericordia–; un homenaje a Tomás Bretón, que estaba componiendo el poema musical "Aragón" para la ocasión; el célebre e incondicional Concurso Regional de Bandas Civiles; carreras ciclistas en el paseo de la Independencia; fiesta popular y concurso de globos en el Campo del Sepulcro; pasacalles; ronda con cucañas y premios en metálico; fiestas populares en distintos barrios; fuegos artificiales, etc.

A principios de septiembre, a la sempiterna polémica por el cartel de fiestas, calificado por alguno de “birria artística” e impropio de la importancia de Zaragoza, se sumaban nuevos actos de envergadura al programa, como la Semana deportiva –primera en su género– organizada de común acuerdo por las sociedades deportivas Zaragoza e Iberia.

Socorro desde la capital

Pero, pese al optimismo, ya en septiembre, la epidemia empezó a revelarse con toda su crudeza. En Almonacid de la Sierra, la situación es dramática: “Baste decir que es una excepción la casa donde no existen dos o tres casos. El personal sanitario es insuficiente, siendo urgentísimo que se envíe socorro desde Zaragoza”, publicaba HERALDO el 22 de septiembre de 1918. Al día siguiente, en la capital, se toman nuevas medidas preventivas para frenar la epidemia y el Ayuntamiento dispone que “en los teatros, cines y hasta en las iglesias se observen con todo rigor las prescripciones sanitarias, procurándose que, en todo momento, haya en estos locales la ventilación necesaria”. Y ordena a la policía urbana y guardia municipal que se realicen visitas de inspección a los domicilios particulares, “dando inmediato aviso a la Alcaldía de todas las infracciones que se adviertan contra la higiene”. Los inspectores de Sanidad ponen en alerta sobre “los abusos que se vienen cometiendo en la acequia de San José”, donde son arrojadas “toda clase de inmundicias de las casas” y las mujeres acostumbran a lavar “todos los cacharros y ropas, sin tener en cuenta que aquellas aguas son utilizadas para la bebida”. Para tomar cartas en el asunto y castigar a los infractores, se establece un servicio de vigilancia en el camino de las Torres. La Alcaldía tampoco está dispuesta a permitir la instalación de circos o barracas de fieras durante las Fiestas del Pilar, por lo que recomienda a la Comisión Municipal de Hacienda, “que no sean subastados esta clase de puestos”. “Las fieras –continúa el cronista– como es sabido, no se alimentan de merengues, ni de alpiste, como los canarios, sino de caballerías que son sacrificadas en el mismo lugar o barraca, en donde aquellas se exhiben, cubriéndose la sangre con tierra que a poco entra en descomposición, constituyendo un peligro para la salubridad”. También se clausura la cloaca situada detrás del cuartel de San Lázaro “de la cual salen hedores que envenenan la atmósfera”. Tal era, en septiembre de 1918, la situación higiénico-sanitaria de la capital del Ebro.

La epidemia arrecia en los pueblos

Lejos de mitigarse, en las poblaciones zaragozanas los contagios se disparan: 300 “atacados” en Gotor, “habiéndose registrado seis defunciones”; en Cariñena “hay actualmente 200 enfermos”; 550 en Almonacid de la Sierra y se han registrado casos en Alpartir, Alfamén y Ateca; en Longares “la epidemia reviste caracteres más graves”. El inspector provincial de Sanidad, Sáenz de Cenzano, “que ha estudiado de cerca la enfermedad”, dice que se trata de una gripe semejante a la de la pasada primavera, pero “con caracteres de mayor gravedad”. Y cree que ha podido influir en la propagación “la aglomeración de gentes en locales pequeños, por motivos de las fiestas, que en estos pueblos se han celebrado”.

En vísperas de las Fiestas del Pilar –29 de septiembre de 1918– todo seguía su curso y se advierte ya en la ciudad la presencia de forasteros, muchos de ellos “conocidísimos”, pues son feriantes –entre ellos el señor Feijoó, dueño del célebre circo del mismo nombre–, que vienen todos los años a Zaragoza y que “anticipan el viaje” para participar en la subasta de puestos. Según informa HERALDO ese día: “Si las noticias que se tienen son ciertas y los feriantes se confirman, este año la exhuerta de Santa Engracia y la plaza y terrenos cercanos se cubrirán materialmente de garitas y barracones de espectáculos”. Un año más, como de costumbre, la ciudad se prepara y durante las fiestas se intensificará el alumbrado “mediante la colocación de potentes focos e iluminaciones particulares" en las plazas de La Libertad, La Seo, Lanuza, San Pablo, San Miguel y Portillo, y calles del Coso, Manifestación, Cerdán y Sobrarbe. “Se colocarán también focos en las puertas de entrada a la ciudad y lucirán espléndidas iluminaciones en todos los monumentos y el kiosko de la música. Por luz no ha de quedar”. A punto de terminar las grandes reformas de sus comedores, el Zaragoza Palace-Hotel, tenía previsto abrirlos al público durante las fiestas.


Sin embargo, la epidemia es el tema general de conversación, está en boca de todos y, aunque parece que no está todavía extendida por Zaragoza capital, “la gripe –podemos leer en las ‘Notas de sociedad’ del HERALDO del 2 de octubre– ha traído a los cuarteles de invierno a algunos rezagados del verano”. “Hay pocos casos, pero graves y todos importados. De San Sebastián –lugar de veraneo de lo mejor de la alta burguesía zaragozana– han venido algunos leves, que se van curando”. Mientras, el corresponsal de este diario en Vistabella de Huerva, localidad del Campo de Cariñena, informa de que en siete días los “atacados de gripe” pasan de ochenta, algunos de ellos graves, y es “desconsolador ver a familias enteras contaminadas, sin poder auxiliarse unos a otros; viéndose un grave conflicto por la falta de leche, indispensable en esta enfermedad”. Y en Salillas de Jalón, el Ayuntamiento y la Junta de Sanidad, se han visto obligados a suspender los festejos que se estaban celebrando en honor de Nuestra Señora del Rosario. Ante el empeoramiento de la situación, Félix Martínez Lacuesta, Gobernador Civil de Zaragoza, prohíbe las ferias y fiestas de todos los pueblos “epidemiados” y hace un requerimiento a los médicos “que quieran ir a prestar auxilio para que vayan a inscribirse al Gobierno civil”. De Calatorao llegan "noticias alarmantes", donde hay más de "700 atacados".

Zaragoza, libre de la epidemia

Requerido por los periodistas de HERALDO, sobre la situación en la capital, Martínez Lacuesta responde que no tiene informes oficiales de que haya aparecido la epidemia; “por el contrario, todas las noticias que se reciben son francamente satisfactorias”. “Sin embargo, se sabe –continúa informando el reportero– de algunos casos aislados que demuestran la existencia de la gripe en Zaragoza; pero que no influyen sensiblemente en el estado sanitario”. Sobre los posibles efectos del virus en las Fiestas del Pilar, el gobernador ya había “conferenciado” con el alcalde de Zaragoza, Julián Alberto Cerezuela, para que abordase el tema y fuera la representación de la ciudad la encargada de tomar la decisión. Actitud similar mantiene el rector de la Universidad de Zaragoza, el doctor Ricardo Royo Villanova. No parecía muy apropiada la clausura del centro, cuando la Junta de Sanidad no había declarado aún la existencia de la epidemia; “y no iba a ser la universidad la que tomara, con grave daño para Zaragoza, una actitud alarmante, que casi todos juzgarían prematura”.

¿Conviene celebrar las fiestas?

El 2 de octubre, el alcalde de Zaragoza, a las cuatro y media de la tarde, abría la sesión plenaria para, entre otras cosas, sancionar el programa de las Fiestas del Pilar, organizado por la Comisión permanente de Festejos. Durante la sesión, se trató ampliamente el estado sanitario en la provincia “como consecuencia de la epidemia gripal importada de otras provincias”. Rompió el fuego el concejal republicano Algora, al manifestar al temor de que “la afluencia de forasteros con motivo de las fiestas próximas contribuya a que nuestra ciudad sufra los efectos de la epidemia gripal extendida actualmente en gran parte de España y que tantas víctimas viene ocasionando”. 

De la gravedad de la situación –según el concejal– daban buena cuenta la preocupación del Gobierno y las órdenes “terminantes”, enviadas a los gobernadores civiles y Juntas provinciales y locales de Sanidad “para que extremen las medidas en evitación del contagio”. “En Zaragoza no existe la epidemia –afirmaba–. Tanto la Junta de Sanidad como el alcalde, nos han dicho que no hay gripe, y por eso no me atrevo a pedir la suspensión de las fiestas, que, de otro modo, pediría, arrostrando la responsabilidad que pudiera caberme en ello”. 

El concejal argumentó que tampoco había gripe en Logroño ni en Almonacid de la Sierra –desde donde, el 22 de septiembre, se hacía un llamamiento urgente a la capital en petición de socorro–, cuando ambas poblaciones celebraron sus fiestas, pero que, después, se desarrolló la epidemia en términos alarmantes en ambas poblaciones. “¿No puede ocurrir esto en Zaragoza?”, exhortaba al pleno el señor Algora, para concluir que el Gobierno, el gobernador y la Junta provincial de Sanidad “son los obligados a decir si Zaragoza, en la ocasión presente y en las circunstancias sanitarias en toda España, debe o no celebrar sus fiestas” y proponer que el alcalde se dirigiera “urgentemente” al Cuerpo médico de la Beneficencia municipal y a la Junta provincial de Sanidad para que dijeran “claramente, si la afluencia de forasteros podía contribuir a que en Zaragoza –que ahora se haya libre– podía desarrollarse la epidemia gripal”. “En tal caso –terminó diciendo el concejal– no será el Ayuntamiento el responsable de la suspensión de las fiestas. Esta determinación compete a la Junta provincial de Sanidad y al gobernador”.

Tras las réplicas del alcalde y de otros concejales, manifestando que en Zaragoza no había gripe y, por lo tanto, tampoco motivo para “zozobras y alarmas” y mucho menos para una consulta que “podía originar un perjuicio en la ciudad por la ausencia de forasteros”, quedaba aprobado el programa de las Fiestas del Pilar de 1918 y se sometió a votación la proposición de Algora, que salió adelante por 17 votos a favor y ocho en contra. El alcalde se comprometió a trasladar la consulta y a convocar sesión extraordinaria del Ayuntamiento, “tan pronto recibiera contestación”.

Lógicamente, ante la indecisión, la inquietud va creciendo en la ciudad. “Hemos interrogado nuevamente al inspector provincial de Sanidad acerca de la propagación de la epidemia en Zaragoza”, afirma el redactor de HERALDO, en su portada del 4 de octubre. “Nos dice que, oficialmente, solo conoce siete casos de transeúntes, que están en el hospital. Pero los médicos no le han declarado otros y tiene que suponer que no los haya; aunque el rumor popular es bien distinto”, apostilla el periodista. Ante esta situación, el inspector no puede dar por declarada, oficialmente, la epidemia, lo que coloca al gobernador en una “difícil situación”, que no sabe si suspender las fiestas o autorizarlas, ya que la últimas disposiciones “solo ordenan la suspensión en los lugares donde se haya declarado la epidemia”. El gobernador quiere que decida la ciudad y en su informe, le indica al alcalde que se tengan en cuenta “intereses comprometidos en la cuestión y que, si bien con fiestas vendrán forasteros, no podrá evitarse que sin ellas vengan también algunos de los pueblos epidemiados”.

El acuerdo municipal de consultar al gobernador y a la Junta de Sanidad si debían celebrarse las fiestas o no acrecienta las dudas y genera “desorientación” e incertidumbre en la población. Entre los feriantes, la noticia “ha caído como una bomba” y muchos se concentran ante la Casa Consistorial para saber más “sobre el asunto”. La capital entera está expectante, pendiente de la respuesta del gobernador y de los responsables de Sanidad, mientras a la alcaldía sigue sin llegar parte médico alguno que confirme el primer caso oficial de gripe en Zaragoza. “Los médicos saben que están obligados a participarme inmediatamente el primer caso que ocurra, y cuando nada dicen es señal de que la salud es excelente”, declaraba a este periódico, el 3 de octubre, el alcalde, que advertía de que si la epidemia se “desarrollaba” en Zaragoza, los enfermos no podrían ser ingresados en el hospital civil, “porque se carece en el edificio de un pabellón para tales fines”, por lo que se habilitaría un pabellón ad hoc en las afueras de la población, “probablemente, en el monte de San Gregorio o en Valdespartera”. A la espera de noticias, Cerezuela proseguía con sus obligaciones, inspeccionando la limpieza y condiciones de seguridad de los coches de punto –los taxis del momento– y negando la autorización a un feriante, que pretendía exhibir durante las fiestas “unas cuantas fieras”.

Y, como cabía esperar,las noticias llegaron. El 4 de octubre, los inspectores de Sanidad dan cuenta al alcalde de que se han registrado “14 o 15 casos de gripe”, en la capital, denunciados por los médicos que los asistían. “Particularmente, se decía que varias familias, llegadas recientemente de algunos pueblos de la provincia, invadidos por la epidemia, y de otras poblaciones veraniegas, donde la gripe hace verdaderos estragos, se hallaban recluidas en sus domicilios bajo los efectos del mal". Particularmente, se decía por parte de los médicos que se habían registrado varios casos de carácter benigno, pero faltaba la confirmación oficial de la aparición de la epidemia y esta solo podían darla los médicos”, publicaba HERALDO, a toda plana, en su edición del 5 de octubre. 

El segundo brote de la epidemia de gripe, cuya primera oleada, más benigna, se había producido en primavera, se extiende ya por la capital y son muchos los médicos que opinan que “las fiestas deberían ser suspendidas”. El alcalde de Zaragoza convoca para esa misma tarde del 4 de octubre una sesión extraordinaria de la Corporación Municipal, en la que se leyó el escrito de los médicos del Cuerpo de la Beneficencia, que reconoce que las aglomeraciones que se producen en las fiestas aumentan el peligro de propagación de la enfermedad; aun así, la alcaldía entiende que la decisión de suspender o no las fiestas corresponde al gobernador civil.

Salus populi, suprema lex

Peloteo imperdonable”, podía leerse en la portada de HERALDO del 6 de octubre. “En vísperas de las fiestas –continuaba–, a punto casi de prenderles fuego a las bombas reales y voltear las campanas, llevamos casi una semana discutiendo si los festejos deben celebrarse o suspenderse por temor a la epidemia. Nadie tiene el valor preciso para pronunciar la palabra definitiva. Y, con estos titubeos, se hace más daño a la ciudad que con una decisión, aunque fuese equivocada (...) Lo que no puede hacerse es seguir levantando una polvareda que daña gravemente a la población y siembra dudas e incertidumbres en todos”.

Impacientes y nerviosos, empresarios de espectáculos “gariteros”, industriales, aficionados a la fiesta taurina... esperaban en la calle. Después de tres horas de reunión con el gobernador, el 6 de octubre, la Junta provincial de Sanidad, “reconoce y proclama que no hay epidemia de gripe en Zaragoza” y que “a lo sumo habrá un pequeño amago, que lo mismo puede cortarse que extenderse”; pero que, al mismo tiempo, “tiene que reconocer y proclamar que la aglomeración originada por las fiestas encerraría un muy serio peligro de que la epidemia nos invadiera”. Y, sin dejar de tener en cuenta los grandes intereses ciudadanos y particulares “que se lastiman con una determinación tan radical como la de suprimir los festejos”, entienden que “salus populi, suprema lex” –la salud del pueblo es ley suprema–.

El gobernador civil tenía, pues, la última palabra. Por fin, en la sesión municipal del 10 de octubre, se daba cuenta del oficio de Martínez Lacuesta, “anunciando la supresión de las fiestas y ferias del Pilar, como medida de precaución encaminada a evitar la posibilidad de un contagio, con motivo de la aglomeración de forasteros”. En la misma sesión, el concejal Alfonso Valero, propuso que las fiestas fueran aplazadas para la “primera decena de noviembre”. Finalmente se trasladaron a mayo del año siguiente.

De las tres oleadas que tuvo la epidemia de gripe, la segunda, la más devastadora, se registró precisamente en aquel mes de octubre. HERALDO DE ARAGÓN daba buena cuenta a diario en sus páginas del número de fallecidos en los pueblos de las tres provincias. En la capital aragonesa, que entonces tenía censados 135 000 habitantes, la pandemia dejó 1000 muertos a su paso, aunque fuentes más recientes elevan esa cifra a más de 3000. Ni la guerra de Marruecos, que en 1910 a punto estuvo de dar al traste con los festejos pilaristas, por la grave crisis económica que desató en la capital aragonesa, ni la posterior contienda civil (1936-1939) –por increíble que parezca– consiguieron lo que logró la pandemia de la mal llamada "gripe española" –al ser neutral, España fue el único país en hacerse eco de la epidemia–, en aquel 1918: suspender las Fiestas del Pilar de Zaragoza. Pero, como entonces, hoy, en las "no fiestas" de 2020: “Salus populi, suprema lex”.

Fuente: Heraldo de Aragón.

Fotografías: Archivo del Heraldo de Aragón.

Texto: Lucía Serrano

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En otro orden de cosas, este año, el post debería haber sido el que suelo hacer para desearos felices fiestas del Pilar, poner el cartel oficial y recordar el último pregón, pero no toca. No os voy a pedir que seáis responsables y que hagáis lo que creáis conveniente con tal de preservar vuestra salud y la de la gente de vuestro entorno. No soy nadie para deciros si debéis marcharos de puente o ir a ver los eventos que no se han suspendido con la que está cayendo. Eso sí, si pasa algo y empeora la situación (más todavía), no quiero ni aplausos, ni tontadas, ni lloros, ni la madre que parió a Paneque. Allá vosotros, que ya somos mayorcitos.

jueves, 1 de octubre de 2020

Diez años

Cuando concebí la idea de tener un blog nunca pensé que lo iba a tener durante tanto tiempo. Pensé que lo tendría durante un tiempo y que, una vez que cerrara una etapa vital, me desharía del blog, haciendo que este fuera un simple recuerdo más.

Al principio tuve dudas, no sabía cómo iba a estructurar el diseño, no tenía ni idea de lo que iba a escribir… ¡Ni sabía cómo lo iba a llamar! Simplemente tuve la idea de crearlo y allá que fui. El 1 de octubre de 2010 me decidí emprender la aventura y que fuera lo que Dios (o el que fuera) quisiera.

Como digo, no sabía ni cómo lo iba a llamar, hasta el momento en el que escuché en la radio una canción llamada «Jodida, pero contenta», de la cantante Concha Buika. Fue como un momento de inspiración, un fogonazo, porque aquel título describía perfectamente cómo me sentía en aquel momento.

Nunca imaginé que hoy estaría escribiendo unas líneas acerca del décimo aniversario del blog. Cosa que, aunque suene a topicazo, se dice pronto. Diez años. Toma del frasco.

A lo largo de estos diez años el blog me ha acompañado en mayor o en menor medida en cada una de las etapas que he ido quemando en estos años. Etapas buenas, etapas sorprendentes y etapas no tan reseñables. Al principio, el blog iba a tener una entrada diaria, pero con la llegada de los quehaceres, obligaciones y prioridades que tenía uno, pues primero pasó a tener un par de entradas semanales, luego pasó a tener un par de entradas mensuales y ahora tiene entradas de manera muy esporádica y de carácter casi especial. 
 

En estos tiempos tan extraños en los que tenemos que vivir, el nombre del blog nunca ha tenido TANTO sentido. Podríamos decir todos que, a pesar de la situación y a pesar de todo, ESTAMOS JODIDOS, PERO CONTENTOS. Y a pesar de estar así, seguimos tirando palante, porque somos unos JODIDOS CAMPEONES.

 

 

Quiero daros las gracias a todos los que os habéis pasado por el blog, los que habéis empleado una miguita de vuestro tiempo a leer las cosas que he ido publicando y espero seguir viéndoos por aquí, porque el blog, lejos de desaparecer, va a continuar, espero, por muchos años más y, sobre todo, porque sigo deseando que Jodido, Pero Contento, siga siendo tu blog y el de cada día más gente (¡toma eslogan!).

 

¡Nos vemos!