Después de comer, nuestro cuerpo se concentra en la digestión de los alimentos que hemos ingerido. Para ello, se envía más sangre y oxígeno al sistema digestivo, lo que hace que el flujo sanguíneo en otras partes del cuerpo disminuya, incluyendo el cerebro.
Además, durante el proceso de digestión se liberan hormonas como la insulina y el factor de crecimiento similar a la insulina (IGF-1), que ayudan a las células a absorber la glucosa del torrente sanguíneo para obtener energía. Sin embargo, esto también puede provocar una disminución en la glucemia en sangre, lo que puede afectar la actividad neuronal y la sensación de somnolencia.
Por
otro lado, la ingesta de alimentos ricos en carbohidratos o grasas
puede aumentar los niveles de serotonina en el cerebro, una sustancia
que produce sensación de bienestar y relajación, lo que puede contribuir
a la sensación de somnolencia. Sin embargo, esto no significa que todas
las comidas ricas en carbohidratos o grasas nos hagan sentir
somnolientos, ya que otros factores como la cantidad de comida, la hora
del día y la calidad del sueño también pueden influir en esta sensación.
Así que ya sabéis por qué tenemos ese sueño después de comer y, desde aquí, romper una lanza a favor de echar una siestecita corta cada día, de 20 a 45 minutos, para descansar, para que no baile la comida y para afrontar lo que queda del día.
Fuente de la imagen: Wikimedia Commons, "Die Hängematte".