Albert Einstein llegó a Barcelona un 22 de febrero de 1923. Apareció “de
incógnito” por iniciativa del profesor Esteban Cerradas e Illa. Había
sido invitado a pronunciar tres conferencias “esquemáticas” sobre sus
últimos descubrimientos. Dos años antes había recibido el premio Nobel
de Física, pero no por sus teorías sobre la relatividad -formuladas por
primera vez en 1905 y ampliadas de manera definitiva una década después,
en concreto en 1916, con su teoría de la gravitación y el principio de
la relatividad general-, sino “por sus méritos en el campo de la física
teórica, y especialmente por sus descubrimientos de la ley del efecto
fotoeléctrico”.
Habían cambiado algunas cosas en su existencia:
se había separado de su esposa y colaboradora muy directa Milena Marec
(a ella destinó la mitad del premio de la academia sueca; la otra mitad
fue para una organización de caridad), y se había unido a su prima Elsa,
divorciada y madre de dos hijos.
Según cuentan los periódicos
de la época -Javier Turrión ha realizado un exhaustivo trabajo de
recopilación de las notas aparecidas en la prensa en el segundo tomo de
su libro eminentemente científico: “Einstein. II. El tiempo propio”
(Unaluna)-, Einstein se instaló en una fonda modesta, pero el dueño lo
reconoció de inmediato y pensó que su humilde establecimiento era
indigno de un personaje así y lo llevó al hotel Colón. Fue recibido en
el ayuntamiento de la ciudad y desplegó una intensa actividad. Desde
Barcelona, en tren, el sabio se trasladó a Madrid, donde impartiría tres
conferencias sobre sus últimos descubrimientos en la Universidad
Central, en el aula de Física.
EN MADRID CON JULIO PALACIOS
Fue
acogido por numerosos profesores, Blas Cabrera, entre ellos. El seis de
marzo realizó un viaje a Toledo, y confesó en público y en privado
-solía hablar en francés y a veces en su lengua, el alemán- que aquel
“había sido uno de los días más hermosos de su vida”. Dijo que Toledo
era como un cuento de hadas y se quedó fascinado ante la obra de El
Greco. Visitó el Museo del Prado, pero también la Residencia de
Estudiantes, donde se hizo fotos con los catedráticos, y entre ellos
aparece el físico aragonés de Paniza Julio Palacios, que desplegó una
labor increíble como científico, viajero y gramático, y fue uno de los
pocos españoles que rechazó la teoría de la relatividad de Einstein,
hasta el punto que casi al final de su vida publicó el libro
“Relatividad, una nueva teoría” (1960). Javier Turrión exhuma un
fragmento del “Diario de viaje de Einstein”, donde se puede leer con
fecha del nueve de marzo: “Viaje a las montañas y Escorial. Un día
maravilloso. Por la tarde, una recepción en la Residencia, con discursos
por Ortega y por mí”.
Durante su estancia en Madrid, Albert
Einstein recibió dos nuevas peticiones: una de Valencia, para que diese
allí un ciclo de charlas, que rechazó, y otra de la Academia de Ciencias
de Zaragoza, que aceptó. El doce de marzo salió de la capital de España
y llegó aquí, donde le fueron a recibir, entre otros, el profesor
Antonio de Gregorio y Rocasolano, que era una institución en la ciudad y
acababa de recibir la Cruz de Alfonso X el Sabio.
La lista de
personalidades era amplia; estaba el cónsul y fotógrafo Gustavo
Freudenthal con su joven y “hermosa” hija Margarita, que le regaló un
ramo de flores a Elsa. Había estudiantes y algunos súbditos alemanes. El
catedrático Jerónimo Vecino hizo de maestro de ceremonias: presentó a
los Einstein a las autoridades. Iban a permanecer aquí alrededor 50
horas, antes de partir hacia Bilbao. Abandonaron la estación con su
séquito en un coche de alcaldía y se trasladaron al hotel Universo. El
programa iba a ser muy apretado. ¿Cómo era en realidad aquel sabio? Los
periodistas, tanto de HERALDO como de “El Noticiero”, se fijaron no sólo
en la dimensión y en la profundidad de su pensamiento (en ocasiones
parecían pedir casi disculpas a los lectores por no entender las cosas
que decía, aunque no obviaron los pormenores de su ciencia. Escribe uno:
“Yo no lo entiendo, pero es una eminencia”), sino en el perfil
inmediato del hombre: fumaba mucho, pero no bebía alcohol ni café, dijo
que dormía de nueve a once horas diarias, y glosó la importancia de
Ramón y Cajal; además se confesó lector de William Shakespeare y de
Cervantes, tanto de sus “Novelas ejemplares” como de “El Quijote”, y
expresó que su autor poseía “un humor encantador”. Otro periodista
observó que “su voz es muy simpática, dulce, modesta y melodiosa”.
DOS CONFERENCIAS
La
primera conferencia la impartió, a las dos horas de haber llegado a
Zaragoza, en el salón de actos de la Facultad de Medicina, abarrotado de
público. Presidieron el acto el rector Ricardo Royo Vilanova, el
general Mayandía, el decano Gonzalo Calamita, Lorenzo Pardo, secretario
de la Academia de Ciencias (que lo nombraría académico correspondiente),
el citado Antonio de Gregorio Rocasolano, presidente a su vez de la
institución, y Jerónimo Vecino, que explicó la importancia de su figura.
Y Einstein abordó, en un francés nítido y sencillo, “algunos rasgos
salientes de su teoría de la relatividad”. Citó la relatividad
filosófica e invocó a Galileo, Copérnico, Newton y Kepler. Clausuró el
acto Lorenzo Pardo, quien recordó que “los laboratorios de Zaragoza han
trabajado varias veces sobre los notables estudios del físico ilustre”.
Esa
noche, en los salones del consulado alemán (que estaba en el Coso,
donde está ahora el Savoy), se celebró una fiesta “con gran distinción”.
Recoge Turrión que De Gregorio Rocasolano “excusó su asistencia por el
luto debido al reciente fallecimiento de su hermano”. El detalle más
emotivo de la noche correspondió al momento en que “el sabio alemán
lució su arte maravilloso con el violín, acompañándolo al piano la
señorita Castillo. A la fiesta, que resultó agradabilísima, asistieron
además de los citados, la señora Castillo, los señores de Bescós y otras
varias damas y caballeros, cuyos nombres no citamos por incurrir en
lamentables omisiones. Al final se sirvió un cava de honor brindando el
Freudenthal por el doctor Einstein y su distinguida esposa, y el sabio
alemán por la prosperidad de España y Alemania”, según publicó “El
Noticiero”. Jerónimo Vecino haría al día siguiente una síntesis del
pensamiento científico del sabio en un artículo aparecido en las páginas
de este diario donde se conjugaba el rigor y la amenidad.
LA ESTRUCTURA DEL ESPACIO
La
segunda conferencia del profesor alemán de Ulm la impartió en el mismo
lugar, hacia las 18.15 horas, que tuvo una asistencia algo menor, pero
idéntico entusiasmo y fue “más bella si cabe, al decir de los
inteligentes, que la primera”. Versó sobre la estructura del espacio. En
el acto participó un alumno de Ciencias, Sanz, que ofreció a Einstein
el fruto de “una colecta hecha entre la simpática y siempre altruista
masa escolar, con destino a mitigar la penuria de sus hermanos de las
Universidades alemanas”.
Se produjo una anécdota deliciosa:
Einstein realizó ecuaciones, garabatos y dibujos sobre la pizarra. El
rector Royo Villanova dijo que le gustaría eternizar ese momento. El
cronista de HERALDO escribió: “Para que quede algo perenne y constante
del paso de Einstein por la Universidad, dijo Royo, he rogado al sabio
profesor que no borre y avalore con su firma los dibujos hechos en las
pizarras durante la conferencia. Éstos serán convenientemente fijados y
conservados a fin de poder mostrarlos a las generaciones venideras, como
reliquias de la fecha de hoy”.
El periódico “El Día” también se
hizo eco del acto. Su redactor Emilio, en la sección “Cuartillas de un
mundano”, escribe con gran sentido del humor: “El sabio profesor se
adelanta a la pizarra. Todas las respiraciones quedan cortadas para no
perder sílaba de lo que allí se va a decir. En la concurrencia figuran
bastantes señoras. (...) El salón de actos de la Facultad parece más
solemne y severo que nunca. Es un sabio. Todo un sabio de verdad quien
emite sus ideas revolucionarias sobre algo abstracto. Para la mayoría de
los oyentes, toda aquella larga disertación viene a ser algo así como
un jeroglífico. Sin embargo, nadie pierde detalle. Los rostros presentan
una angustiosa sensación de querer comprender todo lo intrincado de
aquellas palabras. No se siente el vuelo de una mosca. (...) Hay algún
oyente que pretende escabullirse del salón. En su cerebro, la teoría de
la relatividad ha tomado posiciones que pesan demasiado sobre la
sustancia gris. Cautelosamente llega a la puerta del salón. El profesor
queda ante la pizarra. Pero estas cosas o se organizan bien o no se
llevan a cabo. Y el oyente comprueba espantado que la puerta del salón
está cerrada mientras dure la conferencia. Para que no se escape
nadie... ¡Oh, admirable espíritu organizador!... ¡Cómo nos ha conocido a
todos!... Einstein sigue perorando”.
Javier Turrión, profesor
de Física Química, valenciano del 47 pero afincado en Zaragoza, no sin
un fino sentido del humor, anota que de forma mucho más discreta, las
secretarías registraron las cuentas de la presencia del sabio en
Zaragoza. Percibió 575 pesetas por cada conferencia y 250 pesetas más
para gastos. Einstein, un enamorado de la arquitectura y del arte en
general, no sólo impartió dos conferencias, sino que quiso conocer la
ciudad y visitó el ya famoso laboratorio de Investigaciones Bioquímicas
del profesor Antonio de Gregorio Rocasolano, que también había recibido a
otros sabios europeos como Zsigmondy y Sabatier, como podemos ver en el
libro “Una década de política de investigación en Aragón (1984-1993)”
(DGA, 1993).
La mañana del trece de marzo, el día de su segunda
conferencia, Albert y Elsa Einstien visitaron “los principales
monumentos artísticos”. Estuvieron, con sus anfitriones, en la Basílica
del Pilar, donde visitaron “el valioso joyero de la Virgen. La visita a
La Seo fue muy detenida, y de ella salió entusiasmado el ilustre
huésped”. Todas las crónicas insisten en la admiración que le suscitó la
catedral de El Salvador. También estuvo en la Lonja y en el palacio de
la Aljafería. También realizó pequeños paseos, en coche y a pie, por las
afueras de la ciudad, por las huertas.
Y al mediodía, las
autoridades de Zaragoza le ofrecieron un “espléndido banquete” en el
Casino Mercantil, en el cual estuvieron el alcalde señor Fernández, el
gobernador Fernández Cobos y el cónsul Freudenthal. En ese acto, el
catedrático rindió honores en “correcto alemán” a Einstein, quien había
mostrado “visible complacencia” y agradeció cuánto había en sus palabras
de “lisonjero para su patria y para él”. Dijo que en Madrid y Barcelona
había vivido el encanto de nuestro arte, “que tan bien expresa nuestra
personalidad, pero que era en Zaragoza donde, admirando los monumentos
arquitectónicos, había encontrado una expresión más robusta y elocuente
de nuestra fisonomía regional. Y refiriéndose a los buenos deseos del
Dr. Miral, abundó en la confianza de que se llegue a salvar la crisis de
Alemania para hacer posible la urgentemente necesaria reconstitución de
Europa”. Estos fueron palabras aparecidas en “El Noticiero”.
“EL ALMA DE ESPAÑA”
HERALDO
observó también otros detalles como la vibración sentimental del sabio
ante el compás de la jota. Los Einstein coincidieron aquí con un gran
pianista, compatriota suyo, Saüer. A los postres del almuerzo, fueron
sorprendidos con la incorporación de una rondalla. Anota el cronista:
“Dos baturricas jóvenes, casi unas niñas, cantaron y bailaron nuestro
bravo, armonioso himno inmortal. Y Einstein, el calculador, el hombre
especulativo, sumido, de ordinario, en las grandes abstracciones y las
grandes complejidades de la ciencia física, se emocionó profundamente,
y, abrazándola, besó en la frente a una de las cantadoras, con un gesto
entre admirativo y paternal. Fue un momento interesantísimo, que
Einstein quiso perpetuar, retratándose con la pequeña jotera en su
regazo”. Y la nota finaliza con una observación semejante a la anterior:
Einstein sintió en Zaragoza más que en ningún otro lugar el pálpito del
“alma de España”.
El catorce, en el rápido de la tarde, los Einstein, Elsa y Albert, partieron hacia Bilbao poniendo punto y final a su breve periplo zaragozano.