Uno de los momentos más emblemáticos de la conquista cristiana por parte del Reino de Aragón fue la toma de Zaragoza (o Saraqusta,
como la llamaban los musulmanes) el 18 de diciembre del año 1118. Fue
todo un hito, casi comparable a la conquista de Toledo por parte de los
castellanos 33 años antes. Y es que la Zaragoza musulmana, o la Medina Albaida como la denominaban los poetas andalusíes (la Ciudad Blanca), había sido una de las urbes más importantes de toda al-Andalus.
No solo en población, sino por su importancia política tanto en los
periodos emiral y califal, además de haber sido uno de los reinos de
taifas más poderosos. También tuvo mucha importancia en el aspecto
cultural, con figuras como el gran filósofo Avempace.
Saraqusta durante la época musulmana |
Pero desde finales del siglo XI el Reino de Aragón estaba mostrando un enorme empuje que le llevó en el año 1096 a conquistar Huesca,
amenazando ya casi de forma directa a Zaragoza. Su conquista ya era
casi cuestión de tiempo y de quién se haría con tan preciado premio,
pues no solo los aragoneses la ambicionaban. Castilla
ya había logrado casi medio siglo antes someterla al pago de parias, por
lo que esgrimían que si alguien tenía derecho a tomar la ciudad eran
precisamente ellos.
Pero Alfonso I, “el Batallador”,
quien llegó al trono aragonés en el año 1104, no iba a permitir que eso
sucediera, pues habría significado el cierre de su zona de expansión y
que a Aragón le ocurriera lo mismo que le sucedería a Navarra.
Así pues se puso manos a la obra y comenzó los preparativos que
culminarían con el asedio a la capital del Ebro. El monarca aragonés
sabía que solo con sus propias fuerzas sería difícil someter a una
ciudad que se calcula contaba por aquél entonces con unos 25 000 habitantes
junto con sus alrededores, la cual era una cifra considerable para le
época. Por ello comenzó unas maniobras diplomáticas que llevaron a la
concesión de la Bula de Santa Cruzada por parte del papa Gelasio II,
lo que le concedió unos importantes ingresos para dedicar al asedio
además de que fueron numerosos los caballeros europeos que acudieron a
la llamada del pontífice. No en vano, apenas 20 años antes se había
conquistado Jerusalén, y la cristiandad seguía demandando hombres para ir a luchar a Tierra Santa
y defender los Santos Lugares. Las indulgencias celestiales que se
concedía a los que allí fueran eran importantes, pero el viaje era largo
e incierto. Es por ello que la cruzada de Zaragoza tuvo un gran éxito,
sobre todo entre los caballeros franceses pero también navarros,
catalanes y castellanos, pues tenían mucho más cercana a la ciudad del
Ebro que a la ciudad palestina y los premios espirituales, así como la
promesa de botín, eran las mismas. Algunos de los señores más
importantes que acudieron a la llamada fueron Gastón de Bearne,
vizconde del Bearne (Francia) y quien gracias a su enorme contribución
recibió de manos del monarca varios señoríos en Aragón, incluyendo los
de Zaragoza y Uncastillo. Era un
hombre de gran experiencia en estas lides, pues participó en la ya
mencionada Primera Cruzada de Tierra Santa, en la que se conquistaron
los Santos Lugares. También es destacable la participación de Céntulo, conde Bigorra (Francia) y hermano de Gastón.
Las tropas se concentraron en Ayerbe y desde allí fueron avanzando y sometiendo plazas como Almudévar, Gurrea de Gállego y Zuera.
El asedio comenzó en mayo del año 1118 y fue largo a pesar de la
escasez de defensores con los que contaba la ciudad. Sin embargo, los
almorávides, dominadores por entonces de al-Andalus, enviaron desde
Granada a Abd Allah ibn Mazdali con un contingente de hombres para sostener la defensa.
Alfonso I llegó al sitio una vez iniciado este, y cuenta la leyenda que avistó la ciudad desde la zona que hoy se conoce como Juslibol. Este nombre deriva de la frase en latín “Deus lo vol” (“Dios lo quiere”), que era el grito de guerra usado por los cruzados
en Tierra Santa y que por supuesto usó también el monarca al ver el
objetivo tan cerca ya de su alcane. Existe también en la zona los restos
de un castillo llamado también de Juslibol y mandado construir en
tiempos de Pedro I, lo que quizás habría dado el nombre a la zona.
El asedio fue penoso tanto para sitiados
como para sitiadores. Incluso un buen número de franceses regresaron a
sus casas debido a la falta de víveres. Pero también nos dejó algunas
historias para el recuerdo. Junto al río Huerva sigue existiendo la
iglesia dedicada a San Miguel de los Navarros. Pero,
¿por qué ese apelativo? En los alrededores de lo que hoy es la plaza de
San Miguel se situó el campamento formado por el contingente de navarros
que habían acudido a la cruzada para conquistar la ciudad. Durante uno
de los intentos de asalto a esa zona de la muralla, los musulmanes
realizaron una salida que logró poner en serios apuros a los soldados
navarros. Cuando parecía que los defensores de la ciudad estaban a punto
de imponerse y dar un duro golpe al cerco cristiano, cuenta la historia
que apareció el Arcángel Miguel y comenzó a luchar contra las tropas
islámicas, obligándolas a volver a entrar en la ciudad y salvando así al
ejército cristiano de una dura derrota. Por ello, y con el tiempo, fue
ahí donde se erigió en recuerdo la iglesia de San Miguel de los
Navarros, protagonista también de otra historia, la Campana de los
Perdidos, pero eso lo dejaremos para otro día.
El invierno se echó encima pero la
ciudad, ya escasa de víveres, perdió el 16 de noviembre al líder de la
defensa, el mencionado Abd Allah ibn Mazdali, lo que
desmoralizó ya de forma definitiva a los defensores. Finalmente, el 11
de diciembre se acordó la entrega de la ciudad, y por fin el día 18 Alfonso I y su ejército entraron en Zaragoza, que, tras 404 años de dominio musulmán, volvió a ser de nuevo cristiana.
Texto: Sergio Martínez Gil, licenciado en Historia por la Univ. de Zaragoza.
Fuente: Blog "Historia de Aragón".
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