En 1918, otra epidemia, en aquella ocasión de gripe, la mal llamada "gripe española", también obligó a suspender los festejos zaragozanos.
Cuesta aceptarlo, pero no. Mañana, 12 de octubre de 2020, no habrá Ofrenda de Flores a la Virgen del Pilar, columna de Zaragoza, de todo Aragón
–dicen que, como todo ahora, habrá una ofrenda virtual–. Ni Ofrenda, ni
pregón, ni Rosario de Cristal, ni cabezudos, ni grandes conciertos
populares... hasta el bullicio de miles de peñistas –pilar de
las fiestas– será silenciado por la pandemia del Sars-CoV2, que no da
tregua ni a la devoción ni al sentir de todo un pueblo. Sencilla
y lamentablemente, este año las fiestas –las "no fiestas", que,
seguramente, renombraremos en las redes sociales como "los pilares del coronavirus"– han sido suspendidas para evitar las grandes aglomeraciones,
propagadoras, aliadas fieles y devotas del coronavirus.
Pero esta no es la primera vez que los zaragozanos hacen frente a una
situación similar: hasta que alcanza la memoria y las crónicas, es la
segunda. Hace poco más de un siglo, en 1918, con una guerra mundial que
daba sus últimos coletazos, la pandemia provocada por la mal
llamada "gripe española" –que diezmó el planeta causando más de 50
millones de muertos (300 000 en España y unas 1000 en Zaragoza)– obligó
al consistorio zaragozano, a instancias del Gobierno Civil, a suspender
las Fiestas del Pilar. Primero, se pensó en retrasarlas al 20
de octubre; después, a noviembre; y, finalmente, a mayo de 1919, que fue
cuando se "celebraron", coincidiendo con las peregrinaciones de entonces
y la conmemoración de la reconquista de Zaragoza por Alfonso I el
Batallador. Pero ya no fue lo mismo. Nada fue igual.
Y nada, ni la fiera "gripe
española", que se detectó en Madrid en la segunda quincena de mayo de
1918, a la par que las Fiestas de San Isidro, ni nadie, hacían presagiar que aquel año no se celebrarían las Fiestas del Pilar en Zaragoza.
Sin
ir más lejos, el 7 de mayo, la Comisión de Festejos del Ayuntamiento de Zaragoza, que se había reunido para cambiar impresiones y
preparar con tiempo las Fiestas del Pilar, acogía con agrado la idea sugerida por HERALDO DE ARAGÓN de celebrar durante las fiestas un "Homenaje de la vejez".
A los pocos días, el empresario zaragozano Nicolás Escoriaza proponía
organizar, en la Lonja de Zaragoza, una gran Exposición de Bellas Artes
Hispano-Francesa, que, a su entender, “sería uno de los números
más brillantes del programa de festejos, ya que el acontecimiento
atraería a nuestra ciudad gran número de expositores y amantes de las
Bellas Artes”. Incluso el alcalde de Valencia, Faustino
Valentín, invitado por el concejal zaragozano Sánchez Mazariegos, había
prometido –vía telegrama– asistir a las fiestas. La Casa de Ganaderos
preparaba un gran concurso; se pensaba en una gran batalla de flores
para inaugurar la pavimentación del Coso…
Un programa de festejos completo
Las
noticias sobre la evolución de la epidemia llegan desde la capital de
España: “No decrece en Madrid esta epidemia, que ha atacado ya a casi la
mitad del vecindario”, publica HERALDO el 27 de mayo, en su sección "Por teléfono y telégrafo"; el propio rey Alfonso XIII y varios
ministros se encuentran aquejados. Mientras, en Zaragoza ,
“aumentan las invasiones”. “Unos antes, otros después serán pocos los
que dejen de sentir los efectos del famoso ‘soldado de Nápoles’, como
dicen por Madrid, o de la “película gripal”, como la denomina el doctor
Royo Villanova”, publicaba este diario, en su edición del 2 de junio.
Pero, aunque los casos se multiplican, la "enfermedad de moda" o "del
día" –como también se la conoce– no merma los ánimos festivos. Ni de
lejos. De hecho, en el mes de agosto, en lo referente a los festejos pilarísticos, preocupaba más la falta de financiación para cubrir los gastos. “Las dificultades que se presentan este año son muchísimas, debido a
que la suscripción pública no responde...”, podía leerse en HERALDO, el
día 8 del citado mes, que los posibles efectos de la pandemia en los mismos. Así las cosas, lejos de amilanarse, los miembros de la Comisión de Festejos –en nota oficiosa– avanzaban el programa de Fiestas del Pilar de 1918: “Cinco grandes corridas con los mejores elementos, en cuanto a toreros y ganado se refiere” –estaban anunciadas máximas figuras como Joselito y Rafael, el Gallo, que se despedía de los ruedos en el Coso de La Misericordia–;
un homenaje a Tomás Bretón, que estaba componiendo el poema musical "Aragón" para la ocasión; el célebre e incondicional Concurso Regional
de Bandas Civiles; carreras ciclistas en el paseo de la Independencia; fiesta popular y concurso de globos en el Campo del Sepulcro; pasacalles; ronda con cucañas y premios en metálico; fiestas populares en distintos barrios; fuegos artificiales, etc.
A
principios de septiembre, a la sempiterna polémica por el cartel de
fiestas, calificado por alguno de “birria artística” e impropio de la
importancia de Zaragoza, se sumaban nuevos actos de envergadura al programa, como la Semana deportiva –primera en su género– organizada de común acuerdo por las sociedades deportivas Zaragoza e Iberia.
Socorro desde la capital
Pero, pese al optimismo, ya en septiembre, la epidemia empezó a revelarse con toda su crudeza. En Almonacid de la Sierra, la situación es dramática: “Baste decir que es
una excepción la casa donde no existen dos o tres casos. El personal
sanitario es insuficiente, siendo urgentísimo que se envíe socorro desde
Zaragoza”, publicaba HERALDO el 22 de septiembre de 1918. Al día siguiente, en la capital, se toman nuevas medidas preventivas para frenar la epidemia y el Ayuntamiento dispone que “en
los teatros, cines y hasta en las iglesias se observen con todo rigor
las prescripciones sanitarias, procurándose que, en todo momento, haya
en estos locales la ventilación necesaria”. Y ordena a la
policía urbana y guardia municipal que se realicen visitas de inspección
a los domicilios particulares, “dando inmediato aviso a la Alcaldía de
todas las infracciones que se adviertan contra la higiene”. Los
inspectores de Sanidad ponen en alerta sobre “los abusos que se
vienen cometiendo en la acequia de San José”, donde son arrojadas “toda
clase de inmundicias de las casas” y las mujeres acostumbran a lavar
“todos los cacharros y ropas, sin tener en cuenta que aquellas aguas son
utilizadas para la bebida”. Para tomar cartas en el asunto y castigar a los infractores, se establece un servicio de vigilancia en el camino de las Torres. La Alcaldía tampoco está dispuesta a permitir la instalación de circos o barracas de fieras durante las Fiestas del Pilar,
por lo que recomienda a la Comisión Municipal de Hacienda, “que no sean
subastados esta clase de puestos”. “Las fieras –continúa el cronista–
como es sabido, no se alimentan de merengues, ni de alpiste, como los
canarios, sino de caballerías que son sacrificadas en el mismo lugar o barraca, en donde aquellas se exhiben, cubriéndose la sangre con tierra que a poco entra en descomposición, constituyendo un peligro para la salubridad”. También se clausura la cloaca situada detrás del cuartel de San Lázaro
“de la cual salen hedores que envenenan la atmósfera”. Tal era, en
septiembre de 1918, la situación higiénico-sanitaria de la capital del
Ebro.
La epidemia arrecia en los pueblos
Lejos de mitigarse, en las poblaciones zaragozanas los contagios se disparan: 300
“atacados” en Gotor, “habiéndose registrado seis defunciones”; en
Cariñena “hay actualmente 200 enfermos”; 550 en Almonacid de la Sierra y se han registrado casos en Alpartir, Alfamén y Ateca; en Longares “la epidemia reviste caracteres más graves”. El inspector provincial de Sanidad, Sáenz de Cenzano, “que ha estudiado de cerca la enfermedad”, dice que se trata de una gripe semejante a la de la pasada primavera, pero “con caracteres de mayor gravedad”. Y cree que ha podido influir en la propagación “la aglomeración de gentes en locales pequeños, por motivos de las fiestas, que en estos pueblos se han celebrado”.
En vísperas de las Fiestas del Pilar –29 de septiembre de 1918– todo
seguía su curso y se advierte ya en la ciudad la presencia de
forasteros, muchos de ellos “conocidísimos”, pues son feriantes –entre
ellos el señor Feijoó, dueño del célebre circo del mismo nombre–, que
vienen todos los años a Zaragoza y que “anticipan el viaje” para
participar en la subasta de puestos. Según informa HERALDO ese día: “Si
las noticias que se tienen son ciertas y los feriantes se confirman,
este año la exhuerta de Santa Engracia y la plaza y terrenos cercanos se
cubrirán materialmente de garitas y barracones de espectáculos”.
Un año más, como de costumbre, la ciudad se prepara y durante las
fiestas se intensificará el alumbrado “mediante la colocación de
potentes focos e iluminaciones particulares" en las plazas de La
Libertad, La Seo, Lanuza, San Pablo, San Miguel y Portillo, y calles del
Coso, Manifestación, Cerdán y Sobrarbe. “Se colocarán también
focos en las puertas de entrada a la ciudad y lucirán espléndidas
iluminaciones en todos los monumentos y el kiosko de la música. Por luz
no ha de quedar”. A punto de terminar las grandes reformas de
sus comedores, el Zaragoza Palace-Hotel, tenía previsto abrirlos al
público durante las fiestas.
Sin embargo, la epidemia es el
tema general de conversación, está en boca de todos y, aunque parece que
no está todavía extendida por Zaragoza capital, “
la gripe –podemos leer
en las ‘Notas de sociedad’ del HERALDO del 2 de octubre– ha traído a
los cuarteles de invierno a algunos rezagados del verano”. “
Hay pocos
casos, pero graves y todos importados. De San Sebastián –lugar de veraneo de lo mejor de la alta burguesía zaragozana– han venido algunos leves, que se van curando”. Mientras,
el corresponsal de este diario en Vistabella de Huerva, localidad del
Campo de Cariñena, informa de que en siete días los “atacados de gripe”
pasan de ochenta, algunos de ellos graves, y es “
desconsolador
ver a familias enteras contaminadas, sin poder auxiliarse unos a otros;
viéndose un grave conflicto por la falta de leche, indispensable en esta
enfermedad”. Y en Salillas de Jalón, el Ayuntamiento y la
Junta de Sanidad, se han visto obligados a suspender los festejos que se
estaban celebrando en honor de Nuestra Señora del Rosario. Ante
el empeoramiento de la situación, Félix Martínez Lacuesta, Gobernador
Civil de Zaragoza, prohíbe las ferias y fiestas de todos los pueblos
“epidemiados” y hace un requerimiento a los médicos “
que quieran ir a
prestar auxilio para que vayan a inscribirse al Gobierno civil”. De Calatorao llegan "noticias alarmantes", donde hay más de "700 atacados".
Zaragoza, libre de la epidemia
Requerido por los periodistas de HERALDO, sobre la situación en la capital, Martínez Lacuesta responde que
no tiene informes oficiales de que haya aparecido la epidemia; “por el
contrario, todas las noticias que se reciben son francamente
satisfactorias”. “Sin embargo, se sabe –continúa informando el reportero– de
algunos casos aislados que demuestran la existencia de la gripe en
Zaragoza; pero que no influyen sensiblemente en el estado sanitario”.
Sobre los posibles efectos del virus en las Fiestas del Pilar, el
gobernador ya había “conferenciado” con el alcalde de Zaragoza, Julián
Alberto Cerezuela, para que abordase el tema y fuera la representación de la ciudad la encargada de tomar la decisión.
Actitud similar mantiene el rector de la Universidad de Zaragoza, el
doctor Ricardo Royo Villanova. No parecía muy apropiada la clausura del
centro, cuando la Junta de Sanidad no había declarado aún la existencia
de la epidemia; “y no iba a ser la universidad la que tomara,
con grave daño para Zaragoza, una actitud alarmante, que casi todos
juzgarían prematura”.
¿Conviene celebrar las fiestas?
El
2 de octubre, el alcalde de Zaragoza, a las cuatro y media de la tarde,
abría la sesión plenaria para, entre otras cosas, sancionar el programa
de las Fiestas del Pilar, organizado por la Comisión permanente de
Festejos. Durante la sesión, se trató ampliamente el estado sanitario en
la provincia “como consecuencia de la epidemia gripal importada de
otras provincias”. Rompió el fuego el concejal republicano
Algora, al manifestar al temor de que “la afluencia de forasteros con
motivo de las fiestas próximas contribuya a que nuestra ciudad sufra los
efectos de la epidemia gripal extendida actualmente en gran parte de
España y que tantas víctimas viene ocasionando”.
De la gravedad de la situación
–según el concejal– daban buena cuenta la preocupación del Gobierno y
las órdenes “terminantes”, enviadas a los gobernadores civiles y Juntas
provinciales y locales de Sanidad “para que extremen las medidas en
evitación del contagio”. “En Zaragoza no existe la epidemia –afirmaba–. Tanto
la Junta de Sanidad como el alcalde, nos han dicho que no hay gripe, y
por eso no me atrevo a pedir la suspensión de las fiestas, que, de otro modo, pediría, arrostrando la responsabilidad que pudiera caberme en ello”.
El
concejal argumentó que tampoco había gripe en Logroño ni en Almonacid
de la Sierra –desde donde, el 22 de septiembre, se hacía un llamamiento
urgente a la capital en petición de socorro–, cuando ambas poblaciones
celebraron sus fiestas, pero que, después, se desarrolló la epidemia en
términos alarmantes en ambas poblaciones. “¿No puede ocurrir esto en Zaragoza?”, exhortaba al pleno el señor Algora, para concluir que
el Gobierno, el gobernador y la Junta provincial de Sanidad “son los
obligados a decir si Zaragoza, en la ocasión presente y en las
circunstancias sanitarias en toda España, debe o no celebrar sus
fiestas” y proponer que el alcalde se dirigiera “urgentemente”
al Cuerpo médico de la Beneficencia municipal y a la Junta provincial de
Sanidad para que dijeran “claramente, si la afluencia de forasteros
podía contribuir a que en Zaragoza –que ahora se haya libre– podía
desarrollarse la epidemia gripal”. “En tal caso –terminó diciendo el
concejal– no será el Ayuntamiento el responsable de la suspensión de las
fiestas. Esta determinación compete a la Junta provincial de Sanidad y
al gobernador”.
Tras las
réplicas del alcalde y de otros concejales, manifestando que en Zaragoza
no había gripe y, por lo tanto, tampoco motivo para “zozobras y
alarmas” y mucho menos para una consulta que “podía originar un
perjuicio en la ciudad por la ausencia de forasteros”, quedaba
aprobado el programa de las Fiestas del Pilar de 1918 y se sometió a
votación la proposición de Algora, que salió adelante por 17 votos a
favor y ocho en contra. El alcalde se comprometió a trasladar
la consulta y a convocar sesión extraordinaria del Ayuntamiento, “tan
pronto recibiera contestación”.
Lógicamente, ante la indecisión, la inquietud va creciendo en la ciudad.
“Hemos interrogado nuevamente al inspector provincial de Sanidad acerca
de la propagación de la epidemia en Zaragoza”, afirma el redactor de
HERALDO, en su portada del 4 de octubre. “Nos dice que, oficialmente, solo conoce siete casos de transeúntes, que están en el hospital.
Pero los médicos no le han declarado otros y tiene que suponer que no
los haya; aunque el rumor popular es bien distinto”, apostilla el
periodista. Ante esta situación, el inspector no puede dar por declarada, oficialmente, la epidemia, lo que coloca al gobernador en una “difícil situación”, que
no sabe si suspender las fiestas o autorizarlas, ya que la últimas
disposiciones “solo ordenan la suspensión en los lugares donde se haya
declarado la epidemia”. El gobernador quiere que decida la ciudad y en
su informe, le indica al alcalde que se tengan en cuenta “intereses
comprometidos en la cuestión y que, si bien con fiestas vendrán
forasteros, no podrá evitarse que sin ellas vengan también algunos de
los pueblos epidemiados”.
El acuerdo municipal de consultar al gobernador y a la Junta de Sanidad
si debían celebrarse las fiestas o no acrecienta las dudas y genera
“desorientación” e incertidumbre en la población. Entre los
feriantes, la noticia “ha caído como una bomba” y muchos se concentran
ante la Casa Consistorial para saber más “sobre el asunto”. La
capital entera está expectante, pendiente de la respuesta del gobernador
y de los responsables de Sanidad, mientras a la alcaldía sigue sin
llegar parte médico alguno que confirme el primer caso oficial de gripe
en Zaragoza. “Los médicos saben que están obligados a
participarme inmediatamente el primer caso que ocurra, y cuando nada
dicen es señal de que la salud es excelente”, declaraba a este
periódico, el 3 de octubre, el alcalde, que advertía de que si la
epidemia se “desarrollaba” en Zaragoza, los enfermos no podrían ser
ingresados en el hospital civil, “porque se carece en el edificio de un
pabellón para tales fines”, por lo que se habilitaría un
pabellón ad hoc en las afueras de la población, “probablemente, en el
monte de San Gregorio o en Valdespartera”. A la espera de noticias, Cerezuela proseguía con sus obligaciones, inspeccionando la limpieza y condiciones
de seguridad de los coches de punto –los taxis del momento– y negando
la autorización a un feriante, que pretendía exhibir durante las fiestas
“unas cuantas fieras”.
Y, como cabía esperar,las noticias llegaron. El
4 de octubre, los inspectores de Sanidad dan cuenta al alcalde de que
se han registrado “14 o 15 casos de gripe”, en la capital, denunciados
por los médicos que los asistían. “Particularmente, se decía
que varias familias, llegadas recientemente de algunos pueblos de la
provincia, invadidos por la epidemia, y de otras poblaciones veraniegas,
donde la gripe hace verdaderos estragos, se hallaban recluidas en sus domicilios bajo los efectos del mal". Particularmente, se decía por parte de los médicos que se habían registrado varios casos de carácter benigno, pero faltaba la confirmación oficial de la aparición de la epidemia y esta solo podían darla los médicos”, publicaba HERALDO, a toda plana, en su edición del 5 de octubre.
El
segundo brote de la epidemia de gripe, cuya primera oleada, más
benigna, se había producido en primavera, se extiende ya por la capital y son muchos los médicos que opinan que “las fiestas deberían ser suspendidas”.
El alcalde de Zaragoza convoca para esa misma tarde del 4 de octubre
una sesión extraordinaria de la Corporación Municipal, en la que se leyó
el escrito de los médicos del Cuerpo de la Beneficencia, que reconoce que las aglomeraciones que se producen en las fiestas aumentan el peligro de propagación de la enfermedad; aun así, la alcaldía entiende que la decisión de suspender o no las fiestas corresponde al gobernador civil.
Salus populi, suprema lex
“Peloteo imperdonable”, podía leerse en la portada de HERALDO del 6 de octubre. “En vísperas de las fiestas –continuaba–, a
punto casi de prenderles fuego a las bombas reales y voltear las
campanas, llevamos casi una semana discutiendo si los festejos deben
celebrarse o suspenderse por temor a la epidemia. Nadie tiene
el valor preciso para pronunciar la palabra definitiva. Y, con estos
titubeos, se hace más daño a la ciudad que con una decisión, aunque
fuese equivocada (...) Lo que no puede hacerse es seguir
levantando una polvareda que daña gravemente a la población y siembra
dudas e incertidumbres en todos”.
Impacientes y nerviosos,
empresarios de espectáculos “gariteros”, industriales, aficionados a la
fiesta taurina... esperaban en la calle. Después de tres horas de reunión con el gobernador, el
6 de octubre, la Junta provincial de Sanidad, “reconoce y proclama que
no hay epidemia de gripe en Zaragoza” y que “a lo sumo habrá un pequeño
amago, que lo mismo puede cortarse que extenderse”; pero que, al mismo
tiempo, “tiene que reconocer y proclamar que la aglomeración originada
por las fiestas encerraría un muy serio peligro de que la epidemia nos
invadiera”. Y, sin dejar de tener en cuenta los grandes
intereses ciudadanos y particulares “que se lastiman con una
determinación tan radical como la de suprimir los festejos”, entienden
que “salus populi, suprema lex” –la salud del pueblo es ley suprema–.
El
gobernador civil tenía, pues, la última palabra. Por fin, en la sesión
municipal del 10 de octubre, se daba cuenta del oficio de Martínez
Lacuesta, “anunciando la supresión de las fiestas y ferias del Pilar,
como medida de precaución encaminada a evitar la posibilidad de un
contagio, con motivo de la aglomeración de forasteros”. En la
misma sesión, el concejal Alfonso Valero, propuso que las fiestas fueran
aplazadas para la “primera decena de noviembre”. Finalmente se
trasladaron a mayo del año siguiente.
De
las tres oleadas que tuvo la epidemia de gripe, la segunda, la más
devastadora, se registró precisamente en aquel mes de octubre. HERALDO DE ARAGÓN daba buena cuenta a diario en sus páginas del número de fallecidos en los pueblos de las tres provincias.
En la capital aragonesa, que entonces tenía censados 135 000
habitantes, la pandemia dejó 1000 muertos a su paso, aunque fuentes más
recientes elevan esa cifra a más de 3000. Ni la guerra de
Marruecos, que en 1910 a punto estuvo de dar al traste con los festejos
pilaristas, por la grave crisis económica que desató en la capital
aragonesa, ni la posterior contienda civil (1936-1939) –por
increíble que parezca– consiguieron lo que logró la pandemia de la mal
llamada "gripe española" –al ser neutral, España fue el único
país en hacerse eco de la epidemia–, en aquel 1918: suspender las
Fiestas del Pilar de Zaragoza. Pero, como entonces, hoy, en las "no fiestas" de 2020: “Salus populi, suprema lex”.
Fuente: Heraldo de Aragón.
Fotografías: Archivo del Heraldo de Aragón.
Texto: Lucía Serrano
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En otro orden de cosas, este año, el post debería haber sido el que suelo hacer para desearos felices fiestas del Pilar, poner el cartel oficial y recordar el último pregón, pero no toca. No os voy a pedir que seáis responsables y que hagáis lo que creáis conveniente con tal de preservar vuestra salud y la de la gente de vuestro entorno. No soy nadie para deciros si debéis marcharos de puente o ir a ver los eventos que no se han suspendido con la que está cayendo. Eso sí, si pasa algo y empeora la situación (más todavía), no quiero ni aplausos, ni tontadas, ni lloros, ni la madre que parió a Paneque. Allá vosotros, que ya somos mayorcitos.